Las noticias golpearon a Niki Schaefer. Alrededor de 2,000 óvulos y embriones congelados podrían haber sido destruidos por un mal funcionamiento del laboratorio en el Centro de Fertilidad del Hospital Universitario de Cleveland.
Schaefer, de 37 años, había pasado por el proceso de fertilidad en una clínica cercana diferente, y ella conoce muy bien la desesperación de la infertilidad.
Ella y su esposo, Brian, de 39 años, tuvieron suerte. Pudieron tener dos hijos, Noah, de 8, y Lane, de 6, a través de la fertilización in vitro. Schaefer todavía tenía cuatro óvulos congelados.
En el pasado, ella había agonizado sobre qué hacer con los embriones. No planeaba tener más hijos, pero no estaba segura de querer darle a otra pareja lo que ella consideraba, esencialmente, los hermanos de sus hijos.
Una vez que se enteró de la catástrofe del laboratorio a principios de este mes y de que algunos de los especímenes no eran viables, supo de inmediato lo que haría: Ella donaría sus embriones.
«Simplemente sentí que estaba ocurriendo la tormenta perfecta y la decisión había caído en nuestro regazo», cuenta Schaefer al periodista de The Washington Post, Nicole Ellis.
Schaefer publicó su decisión a través de Facebook y ella quedó asombrada por la respuesta. Una docena de mujeres se comprometieron a hacer lo mismo, con un total de aproximadamente 65 donaciones de óvulos y embriones a la clínica.
«No podía imaginar que la gente respondieran de la manera en que lo hizo», señaló. «Me quedé impresionada», agregó.
En la publicación explicó por qué había dudado en donar sus embriones a otra pareja. Ella pensó que tal vez los donaría a la ciencia.
«No podía manejar mentalmente la idea de que los hermanos anteriormente congelados de Noah y Lane estuvieran en la Tierra y no los conocieran», escribió Schaefer, que vive en Chagrin Falls (Ohio), un suburbio de Cleveland.
Pero Schaefer y las demás donantes que se están ofreciendo hablan de la sensación que se tiene cuando se pierden los óvulos congelados y los embriones, ya que es la última esperanza de concebir un hijo.
«Habiendo experimentado solo la oscuridad, la tristeza y la dificultad de la infertilidad, ciertamente simpatizamos con cualquiera que esté pasando por eso», comentó Schaefer.
Ella conoce a algunas de las 700 mujeres cuyos óvulos y embriones se vieron afectados, porque ella está involucrada con una organización benéfica llamada Partnership for Families, que ayuda a financiar tratamientos de fertilidad para mujeres que no pueden pagarlos.
Ella dijo que muchas estaban comprensiblemente devastadas. Algunas dijeron que planeaban demandar a la clínica. Schaefer, un abogado, señaló que no creía que una demanda aliviaría su dolor.
«Sentí que lo que iba a hacer que la gente se sintiera mejor era tener la esperanza de poder volver a intentarlo», remarcó Schaefer. «Esa opción les fue arrebatada».
En el mejor de los casos, si las mujeres pueden tener bebés con óvulos y embriones donados, las mujeres no compartirían el ADN con sus hijos. Para muchas mujeres, eso es preferible a no concebir nada.
El centro hospitalario está investigando cómo y por qué la temperatura aumentó en el banco de almacenamiento hasta llegar a niveles perjudiciales para los óvulos y los embriones. El incidente fue seguido por un mal funcionamiento similar pero no relacionado en la Clínica de Fertilidad del Pacífico de San Francisco, que potencialmente comprometió a miles de óvulos y embriones. Los dos incidentes pusieron en evidencia algunos de los peligros de la congelación de óvulos, una práctica que se ha disparado en los últimos años.
Las mujeres almacenan los óvulos en un esfuerzo por retrasar el embarazo, a menudo debido a una enfermedad, o por aferrarse a embriones adicionales mientras se someten a la fertilización in vitro, un proceso que a menudo requiere varios intentos y no siempre es exitoso.
El dolor de perder los óvulos almacenados es tanto emocional como financiero. Recolectar y congelar óvulos puede costar más de USD 10,000, más cientos más en cuotas mensuales de almacenamiento.
Schaefer dijo que su decisión de donar sus embriones se solidificó cuando pensó en la conexión que sentía con los médicos y el personal de la clínica que la ayudaron a concebir a sus dos hijos sanos. En particular con James Goldfarb, el médico que la atendió en su clínica de Cleveland y que ahora es el médico jefe del centro de Fertilidad de los Hospitales Universitarios.
«Siento que le debo todo a los médicos, las enfermeras, los técnicos de laboratorio y a todas las personas involucradas en la crianza de mis hijos», comentó. «Fue, literalmente, como un universo de personas que me ayudaron a superar eso, y luego sin mencionar a nuestra familia, que me vio llorar durante años».
Citó a un amigo que relató: «Es como una red de personas que están involucradas en crear un bebé para una persona infértil».
Schaefer subraya que nadie hace esto solo. Es por eso que, aunque hay que superar la barrera emocional al dar unos embriones a una pareja, ella no tiene ninguna duda.
«Siempre estuve pensando sobre qué hacer. Estas circunstancias me facilitaron la decisión», finaliza.
Vía:Infobae