Joe Biden se muestra cada vez más decidido a cruzar las líneas rojas de Vladimir Putin

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La estrategia de suministrar cada vez más armas a Ucrania tiene beneficios, pero también es muy riesgosa; nadie puede predecir si el presidente ruso convertirá en realidad sus amenazas

Con su decisión del mes pasado de ayudar a Ucrania a conseguir aviones de combate F-16, el presidente norteamericano, Joe Biden, cruzó otra de las líneas rojas que había marcado Vladimir Putin cuando advirtió que ese tipo de medidas cambiarían el curso de la guerra y arrastrarían a Washington a un conflicto directo con Moscú.

Pero a pesar de las advertencias apocalípticas de Moscú, poco a poco Estados Unidos fue aceptando ampliar el arsenal de Ucrania con el aporte de misiles Javelin y Stinger, con lanzacohetes Himars, sistemas de defensa avanzados, drones, helicópteros, tanques M1 Abrams, y muy pronto también aviones de combate de cuarta generación.

Según funcionarios de la Casa Blanca, la decisión de hacer caso omiso a las amenazas de Putin responde a un dato clave: desde que empezó la guerra, el presidente ruso no cumplió su promesa de castigar a Occidente por suministrarle armas a Ucrania. Esos amagues convencieron a los líderes Europa y Estados Unidos de que podían seguir haciéndolo sin graves consecuencias, pero una de las incertidumbres más peligrosas del conflicto es saber hasta qué punto pueden seguir tensando esa cuerda.

“Las líneas rojas del Kremlin se fueron devaluando porque decían que determinada cosa era inaceptable y después, cuando ocurría, no hacían nada”, dice Maxim Samorukov, experto en temas rusos del Fondo Carnegie para la Paz Internacional. “El problema es justamente ese: hoy no sabemos cuál es la línea roja, porque está en la cabeza de una sola persona que puede cambiar de idea de un día para otro”.

Los funcionarios norteamericanos dicen que manejar el riesgo de una escalada sigue siendo uno de los aspectos más difíciles de esta guerra, tanto para Biden como para su equipo de política exterior, y agregan que a la hora de decidir qué nuevos sistemas de armas entregarle a Ucrania, el gobierno norteamericano se fija en cuatro factores claves.

“Si las necesitan, si las tenemos, si las saben usar, y cómo responderían los rusos si las usaran”, señala un alto funcionario del Departamento de Estado, que como otros entrevistados para este informe, pidió reserva de su nombre para referirse a temas sensibles.

El funcionario dice que los amagues incumplidos de Rusia modificaron los cálculos del secretario de Estado, Antony Blinken, gran confidente de Biden y una influyente voz a favor de los intentos de Estados Unidos y sus aliados para redoblar su apoyo a Ucrania.

“Es un factor que influye en la toma de decisiones: hicimos esto y no reaccionaron ni hubo una escalada, ¿avanzamos con lo siguiente?”, dice el funcionario. “Son factores que sopesamos constantemente, y siempre es la decisión más difícil de tomar”.

Tanto Blinken como Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional, creen que los beneficios de entregarle armas más letales a Ucrania superan a los riesgos de una escalada. Sullivan se movió intensamente entre los aliados europeos para suministrarle a Ucrania los F-16 que reclama.

La Casa Blanca tiene que hacer malabares entre los riesgos genuinos y los reclamos de Ucrania y de los halcones del Congreso norteamericano que lamentan ese abordaje gradual y quieren que Biden avance más rápido en el envío de equipamiento bélico avanzado.

A medida que la guerra fue avanzando, las admoniciones de Putin y sus adláteres se volvieron más rimbombantes, con amenazas de un holocausto nuclear su Rusia sufría reveses en el campo de batalla.

“Si la integridad territorial de Rusia se ve amenazada, recurriremos a todos los métodos de defensa a nuestra disposición, y esto no es un amague”, dijo Putin en septiembre pasado.

En enero, el entonces vicepresidente del poderoso consejo de seguridad de Putin, Dimitri Medvedev, fue todavía más explícito. “La derrota de una potencia nuclear en una guerra convencional puede desencadenar una guerra nuclear”, apuntó Medvedev.

Si bien durante este tiempo Putin desafió a Estados Unidos -suspendiendo la participación de Rusia en un crucial tratado de control de armas, encarceló al reportero del The Wall Street Journal, Evan Gershkovich, e insistió en condenar sentenciar a nueve años de cárcel a la estrella de la WNBA, Brittney Griner, para luego hacer un intercambio por un notorio comerciante de armas- nunca arremetió militarmente contra Washington o sus aliados.

Pero los funcionarios occidentales son conscientes de que eso no significa que jamás lo vaya a hacer, especialmente a medida que el conflicto se intensifica.

El martes se produjo un ataque con drones sobre los barrios ricos de Moscú, el peor contra la capital rusa desde la Segunda Guerra Mundial, según lo calificó un político ruso. Ucrania negó su participación en esos ataques dentro de Rusia continental, y la administración de Biden dijo que ni permite ni alienta los ataques ucranianos dentro de Rusia. Pero Kiev parece contenta de que los civiles rusos hayan experimentado el mismo miedo con el que conviven los ucranianos desde hace más de un año, ya que sus centros urbanos han sido objeto de implacables ataques con misiles y drones rusos.

Una posible explicación para la renuencia de Putin a atacar a Occidente es el grado de debilidad actual del Ejército ruso, señalan los funcionarios de Estados Unidos.

“No parece interesado en entrar en conflicto directo con la OTAN”, apunta el alto funcionario del Departamento de Estado. “No están en condiciones de enfrentarnos en este momento”.

En una reciente entrevista con la revista Foreign Affairs, el general Mark A. Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto norteamericano, estimó que desde que comenzó el conflicto Rusia ha sufrido unas 250.000 bajas, entre muertos y heridos, cifras pasmosas para cualquier guerra.

Putin los fue reemplazando en el campo de batalla, pero con reservistas “mal dirigidos, mal entrenados, mal equipados, mal abastecidos”, señaló Milley.

A medida que esas pérdidas se acumulaban, Putin tuvo que recalibrar sus objetivos de guerra: ya no se trata de tomar Kiev y tumbar al gobierno del presidente Volodimir Zelensky, sino de controlar y anexar a Rusia una franja de territorio del este y el sur de Ucrania.

De todos modos, Estados Unidos sigue siendo cauteloso y no descarta que Rusia, dueña del arsenal nuclear más grande del mundo, pueda escalar la guerra en Ucrania o en cualquier otro lugar. El año pasado, cuando cundía la preocupación de que Rusia desplegara un arma nuclear, altos funcionarios del Departamento de Estado le advirtieron por canales privados a Moscú sobre las consecuencias que eso tendría, mensajes que más tarde fueron seguidos por advertencias públicas.

El gobierno de Biden tiene que sopesar todos esos riesgos, pero los líderes ucranianos, incluido Zelensky, han expresado públicamente su consternación por lo que perciben como vacilaciones y retrasos. Según los funcionarios de Kiev, eso no ha hecho más que prolongar el derramamiento de sangre, al privar a Ucrania de la capacidad para sobrepasar al ejército ruso y forzar el fin de la guerra.

Vía The Washington Post